Comenzamos la semana con este cuento, escrito por María Gallar Sánchez, y que nos hace pensar sobre si hombres y mujeres, aún a día de hoy, somos verdaderamente iguales en la sociedad.
Una historia de Alfabetolandia
La letra A durante siglos había sido considerada como ciudadana de
segunda fila en Alfabetolandia. Mientras otras letras desempeñaban altos cargos
en el Parlamento encargado de la creación de palabras, nuestra protagonista se
ocupaba de las labores domésticas y del cuidado de las minúsculas. Sin embargo
ella no era ninguna letra tonta y sabía de su importancia, pues era el signo
que aparecía repetido en más palabras, además de ser la encargada de formar el
femenino de muchos vocablos del español.
La letra O, en cambio, era la estrella. Siempre conseguía que las mejores
palabras fueran masculinas ya que era muy influyente. Todavía se recuerda en el
país la vez en que la O propuso que los nombres de los árboles que en latín
eran femeninos pasaran al español como masculinos. Debido a este cambio de
género usamos “Olmo” y “Chopo” en vez de “Olma” y “Chopa”. Como ya os habréis
dado cuenta el terreno en el que más chocaban ambas letras era el de los
géneros. La A se quejaba de que algunos nombres femeninos tenían poca aceptación
social e incluso variaban su significado con respecto al masculino. No entendía
por qué la “alcaldesa” era la esposa del alcalde en vez de la mujer que en
política presidía el ayuntamiento o por qué un “modisto” podía diseñar alta
costura mientras una “modista” sólo podía confeccionar y vender ropa en su
tiendecita.
La A estaba harta y cansada de este menosprecio que se le hacía. Quería
entrar en el Parlamento encargado de la creación de palabras para poner fin a
años de injusticia lingüística y de discriminación social. Algunas letras como
la S o la M la apoyaban y se manifestaban junto a ella por las calles de
Alfabetolandia pero otras cuchicheaban a sus espaldas sobre si estaba loca o
histérica. ¡Cómo iba la A a entrar en la cámara alta! Eso les parecía
inconcebible… Al llegar la letra M a presidenta del país se decidió que la A
podría formar parte del Parlamento como una diputada más. El día en que se
aprobó esta ley hubo gran revuelo y algunos ciudadanos contrarios a la decisión
protagonizaron actos vandálicos que tuvieron que ser contenidos por los
policías antidisturbios, también conocidos como los paréntesis. Las letras más
perjudicadas por estos vergonzosos sucesos fueron la CH y la LL, que en un
ataque perdieron la mitad de su signo…
A pesar de la controversia inicial, los habitantes de Alfabetolandia poco
a poco se acostumbraron a ver a la A sentada en su escaño, discutiendo con
energía las palabras que la desfavorecían y proponiendo alternativas para
preservar la igualdad léxica. ¡Era una magnífica política! Consiguió que se
aprobasen femeninos para muchos oficios y profesiones que permitieron dar un
nombre a abogadas, bomberas, arquitectas, notarias… La letra A pronto encabezó
la vanguardia lingüística de Alfabetolandia.
La O la solía observar desde su asiento estudiándola. Aunque muchas veces
tenían opiniones diferentes, la admiraba porque había luchado mucho para llegar
a donde estaba y además sabía hacer bien su trabajo: era una dura opositora.
Siendo la O la líder de las voces masculinas y la A la líder de las femeninas ambas
sentían una simpatía especial la una por la otra.
En cierta ocasión hubo un debate curioso en el Parlamento que cambió el
rumbo de la Tierra de las Letras. La cuestión que se abordaba era el genérico,
asunto que interesaba especialmente tanto a la A como a la O. La primera se
quejaba de que se usase el masculino para designar grupos en los que había
representantes de ambos sexos. Ponía como ejemplo que en la clase de un colegio
no sólo hay “niños” aunque los profesores suelan llamar la atención de los
alumnos y alumnas mediante el grito que todos conocemos: “¡¡¡Niñooooos!!!”. La
O argumentaba que decir “niños y niñas” alargaba demasiado la oración. Nadie en
Alfabetolandia sabe que mientras hablaba la portavoz del grupo masculino todo
estaba cambiando, y es que la A miraba a su opositora con otros ojos… se fijaba
en su pelo rizado y peinado a lo afro, en s elocuencia y en lo redondeado de su
figura… ¿Siempre había sido tan atractiva?
Al finalizar la sesión ambas letras coincidieron en una sala contigua.
Pocas veces habían hablado fuera de la cámara pero esta vez una fuerza
invisible las empujó a hacerlo. Se sentaron en un mullido sillón tapizado de
rojo y charlaron sobre todo tipo de cosas: política, literatura, arte, viajes…
Al dar las doce en el reloj de cuco enmudecieron. Pasaron unos segundos
mirándose en silencio, asimilando las horas de conversación y tratando de
resumirlas en algo… ¿En un beso?... Sí…
La letra A y la letra O se fundieron en un beso de amor y de respeto.
Todas las diferencias y las peleas que habían tenido a través de los siglos
quedaron olvidadas. Nacía la @, que compuesta por dos antiguas adversarias era
símbolo de una nueva era. Unía femenino y masculino en uno sólo y en uno igual.
En la salita contigua a la cámara principal del Parlamento encargado de la
creación de palabras habían entrado dos letras pero salió un único símbolo.
Aunque los demás diputados todavía no han acabado de aceptar a la @ como una
letra más, lo acabarán haciendo porque tiene el corazón luchador de la A y el
caparazón influyente de la O.
A continuación, escribimos nuestras propias reflexiones en el siguiente padlet:
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